Con la Venia

El coñazo rociero

A ver la que forman hoy los rocieros con esa manía de que les vean en toda la ciudad con esos vestidos ridículos. Que se cojan un coche y se vayan del tirón al Rocío a hacer lo que sea que hagan allí. Nos evitamos el colapso se tráfico y los desbarajustes en Doñana.

Con la Venia

¿Os recibimos con alegría? Por Yolanda Vallejo

. YOLANDA VALLEJO. . Así, a ojo de buen cubero, utilizando el método de la vieja haciendo cuentas, resulta que en apenas cuatro días han llegado a nuestra ciudad más de treinta mil cruceristas, algo así como el triple de habitantes del casco histórico de Cádiz, si hacemos una regla de tres. Que ya lo sabe, de los ciento doce mil vecinos y vecinas, apenas vivimos en este pequeño recinto amurallado unos once mil gaditanos, los mismos que llegaron en los tres cruceros que atracaron en el muelle el pasado jueves, el Sky Princess, el Arvia y el Mein Schiff 1. -lo de los nombres de los barcos también da para una tertulia de barra de bar- y los mismos que se estuvieron paseando durante toda la mañana por nuestra ciudad. No sé yo si son muchos los cruceristas que se van a Sevilla o a Jerez -igual que hacían antes-, lo que sí sé es que cada vez vienen más tiesos y dan más vueltas por la ciudad, como habrá podido usted comprobar en estos días porque seguro que se ha cruzado con más uno y más de cien. Ellos, con el asombro de Damasco en las retinas, usted, con la sensación de formar parte del elenco de un espectáculo, el miembro más torpe del cuerpo de baile que no sabe cómo cruzar el Rubicón de la calle Compañía y llegar sano -aunque no salvo- a su casa. Así, a ojo de buen cubero, una hace cuentas y piensa que con una tasa turística -como ya tienen muchas ciudades de Austria, Croacia, Hungría, Holanda, Portugal, Bélgica, Francia o Italia e incluso muchas españolas- dolería menos el impacto de los cruceros. Porque, no nos vamos a engañar, una ciudad que triplica su población, triplica la suciedad, triplica el gasto en limpieza, triplica la contaminación, y reduce por tres el espacio para los vecinos -y las vecinas. Que no es que yo vea mal que vengan los turistas, líbreme el cielo de pensarlo porque, visto lo visto, es nuestra única fuente de riqueza. Los comercios venden, los bares se llenan, los museos se visitan y el nombre de Cádiz se convierte -otra vez -en algo más que un lugar en el mapa. PUBLICIDADDescubre más. Cambiar totalmente a IQOS ILUMA presenta menos riesgo para tu salud que continuar fumando*. Información importante: IQOS ILUMA no está exento de riesgo. Con su uso se inhala nicotina, que es adictiva.Información importante: IQOS ILUMA no está exento de riesgo. Con su uso se inhala nicotina, que es adictiva. *Fuente: basado en la evidencia total disponible para IQOS ILUMA en comparación con continuar fumando. Consumidor adulto real que ha sido remunerado por su
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Inspired by . Porque esto no es nuevo, no hay que olvidarlo. «Cádiz puede verse en un día», decía Richard Ford en su «Manual para viajeros por Andalucía y lectores en casa» -me encanta el título, todo hay que decirlo-, publicado en 1845 que recogía, a modo de guía, lo mejor y lo peor del sur de España, visto con los ojos de un inglés -claro está- pero en sintonía con toda aquella pléyade de viajeros románticos que nos «descubrían» por primera vez -y que se quedaban fascinados por esta «ciudad construida en roca, reluciente como una hilera de palacios de marfil». Ford anduvo por aquí entre 1830 y 1833, cuando nuestra ciudad ya no era ni por asomo aquella en la que, según nos contó luego Galdós, todo lo que pasaba en España, pasaba en Cádiz. Ya empezábamos a ser una ciudad provinciana, dejada, olvidada, que mantenía, pese a todo, los muebles, las vajillas y la ropa buena de cuando habíamos sido el emporio del orbe, y respiraba ese aire paletillo que da el pelo de la dehesa, ese ademán del quiero y no puedo que ya se nos quedó para siempre. Para aquellos primeros turistas, la ciudad era «aburrida, pues es poco más que una prisión marítima», pero resultaba tan encantadora que no hay ni un solo viajero que no dejase escrita algunas líneas sobre Cádiz. Como ahora, ya verá. Porque habrán cambiado las formas, pero el fondo sigue intacto. Ya no se publican guías de viajero, pero las redes sociales han tomado el relevo de aquellos diarios personales. Esta semana, sin ir más lejos, Juan y Gail, que venían en el Viking Neptune, colgaron en sus redes un resumen de su visita a Cádiz, primo hermano del que hiciera Richard Ford hace doscientos años. No hemos cambiado tanto, aunque nos lo parezca. Así los viajeros, que venían de hacer escala en Tánger -el exotismo que no falte, por favor- se maravillaban del «beautiful weather» que tenemos por aquí, y de la «beautiful» estampa que ofrecía la plaza de San Juan de Dios desde la cubierta del barco. Todos los tópicos, ya sabe, en apenas seis minutos, salpicados de «oh my god» por la plaza de España, Candelaria, San Antonio, la Catedral, el autobús turístico -que fue, prácticamente, lo que menos les gustó- y sendas paradas para un desayuno que les parece un chollo -siete euros y medio por un café con tostadas con aceite, queso de supermercado y jamón de blíster- en el antiguo bar de los Comes -ahí soy yo la que digo oh my god- y un almuerzo de paella y sangría en la calle Plocia. A ella le sorprende mucho que los gaditanos pasen por alto «la arquitectura tan bonita» -vivimos en ella, querida Gail- , tanto como se sorprendía a Ford ante las esteras viendo «a los trabajadores en cuclillas trabajando exactamente como los egipcios hace tres mil años». Son las 9.30 de la mañana «la ciudad se está despertando ahora mismo», dice Gail como si aquí no hubiese gente que entra a trabajar a las ocho, como si los niños no empezaran las clases en el colegio a las nueve, como si todos formásemos parte del catálogo de colorines en el que contrató su viaje. Treinta mil Gails, no lo olvide, nos han visitado en los últimos días, a pesar del Levante. Ford decía que con el viento «los indígenas se vuelven casi locos». Se ve que era cierto lo del refrán y que lo poco espanta, y lo mucho, amansa, porque ya no nos altera ni la levantera de estos días. Y esto es solo el principio de lo que nos queda por ver.

Con la Venia

España a sol y sombra. Por Manuel Vicent

Al matador de toros se le llama diestro porque su oficio se basa en la destreza, no en el arte, a menos que se llame arte al hecho de matar al toro sin degollarlo y acertar con el descabello a la primera. Eso también lo hacen los buenos matarifes en el matadero y nadie les llama artistas. La corrida posee una estética singular que se apoya en la crueldad con que se trata a un animal. Sobre esto no hay discusión. El festejo taurino termina siempre convirtiendo la belleza del toro en un estofado sangriento. A algunos españoles les gusta, pero a la inmensa mayoría no les gusta. El taurino no ve la crueldad porque, debido a la costumbre, contempla esta tortura como algo natural y necesario para la lidia, hasta el punto que puede bostezar mientras sucede la carnicería; en cambio, el antitaurino, al comprobar que con el primer rejón la sangre del toro le llega hasta la pezuña, se niega a seguir y deja las verónicas y los pases de pecho para quienes se los quieran tragar. Ortega y Gasset decía que sin la fiesta de los toros no se podía entender la historia de España. Cierto. Tampoco se podría entender sin la Inquisición, sin el hambre y el analfabetismo secular, sin el grito de ¡vivan las caenas!, sin el bandolerismo, sin la pareja de la Guardia Civil decimonónica cuya silueta con el capote, el tricornio y el fusil naranjero al hombro causaba pavor en los caminos polvorientos de aquella España negra. Quede claro que Goya era antitaurino y en el Guernica de Picasso alienta una inspiración goyesca porque en el fondo ese cuadro es una tauromaquia unida a los desastres de la guerra. Hasta hace poco la afición a los toros no tenía ideología. Siempre ha habido taurinos de izquierdas y de derechas, solo que hoy la fiesta, ya en plena agonía, ha sido asumida por la derecha castiza como un arma de ataque y resistencia política a cara de perro. Llega San Isidro y en la plaza de Las Ventasempieza la hecatombe con un ruedo ibérico partido en dos, como el país, en sol y sombra.