Vacunas y bovinas

Ahora nos dicen que vacunarse era totalmente voluntario, pero recordamos bien lo que pasó entonces

Yo pensaba escribir ayer sobre unas mentirijillas gravísimas acerca de las vacunas. Pero se me ha cruzado, como a todos, la telenovela de Pedro Sánchez enamorado y tuve que alterar un poco mi plan. Son cosas que no se pueden medir: pero la alteración de la vida española (periodística, política, intelectual) que ha producido Sánchez es descomunal.

El asunto de las vacunas y sus efectos nocivos secundarios está poco a poco –a pesar de la reflexión de Sánchez– escalando puestos en la opinión pública y en la preocupación política. Es raro quien no tenga un caso cercano de afectado por las vacunas. No por el Covid, ojo, por las vacunas. Las evidencias médicas son ya incontestables. Y quien haya perdido la salud o a un familiar vive el asunto en carne viva.

Los políticos nos están queriendo convencer de lo contrario de lo que vimos con estos ojos: que la vacunación fue absolutamente voluntaria. Basta un mínimo de memoria histórica para recordar la presión política y mediática contra quienes no las tenían todas consigo en la vacunación. No se podía trabajar o viajar sin vacuna. Fue tremendo. Los intentos de resistencia se reprimieron sin recato. En los medios te llamaban asesino a las primeras de cambio. Hará falta un repaso de hemerotecas de aquellos años.

Es un tema muy grave por la vacunación masiva inducida sobre unas masas bovinas, que fuimos obedientemente al pinchazo; y también, ahora, por la inmensa mentira obvia que pretenden contarnos con eso de la voluntariedad. Coacción y mentira hacen una mezcla política muy inquietante.

Pero los nervios empiezan a aflorar, porque este tema, dimita o no mañana Sánchez, que sólo Dios lo sabe, va a dar mucho que hablar y va para largo. Por eso sobreactúan. Quieren escurrir el bulto y no cargar con el muerto (los muertos).

Esto es muy serio, porque implica la mentira –entonces y ahora– y la irresponsabilidad –ahora y entonces– como modo de hacer política. Encima con un tema trascendental, que ha costado las vidas de muchos españoles y la salud de más todavía.

Cuando Dionisio Ridruejo se arrepintió de su falangismo, Giménez Caballero le dijo que arrepentirse, después de haber arrastrado a muchos hombres a la muerte en la División Azul, sólo tenía dos salidas honestas. Si uno era católico, hacerse cartujo. Si uno era ateo, darse u un tiro. Yo pediría dos cosas menos tremebundas, aunque tan difíciles: decir la verdad y responsabilizarse.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios